viernes, 28 de agosto de 2015

La felicidad en la comida

A ver, ¿que uno está gordo? Pues sí. ¿Que disfruto de la buena comida? Pues también. Pero eso no significa que me pegue atracones ni nada por el estilo, simplemente estoy gordo porque me muevo poco y pico entre horas, eso que quede claro. Y ahora a lo que iba a contar.
Leí una vez que a algunos niños, muy pequeños, cuando están tristes o tienen algún problema, sus madres les hacen el plato que más les gusta para animarlos y que se pongan contentos. Pues al parecer ese es un error. Sí. Al parecer, lo que están haciendo es creando una relación entre felicidad y comida, de manera que cuando van creciendo, cada vez que se tiene un problema se necesita comer para encontrar un subidón de felicidad. Y al parecer esto le pasa a mucha gente. De ahí que haya tanto personal propenso a engordar, y que cuanto más problemas y disgustos tienes, más te da por comer. En esto, puntualizar que mi madre cocina genial, y que soy el niño pequeño de la casa, así que imaginad si tengo esa asociación comida-disgusto-felicidad...
La verdad que me resultó curioso, pero no me sorprendió leer este estudio, porque ya lo intuía, y además que no soy el único ni mucho menos al que le pasan estas cosas. Es más, en cualquier película ñoña americana puedes ver cómo la prota se atiborra de helado y chocolate en cuanto su novio la deja o directamente cuando el chico que le gusta le da calabazas.
Pero más allá de problemas psicológicos (que vale, dicho así suena muy fuerte, pero algo de eso hay), está el hecho de que, en sí, la comida nos da grandes momentos de felicidad: cuando nos juntamos unos cuantos amigos, ahí estamos organizando una barbacoa; cuando llega la Navidad y la familia se encuentra, es en la mesa; en una fiesta popular, no pueden faltar unos aperitivos para acompañar la cerveza; incluso si vives en algunas zonas de América, vas a celebrar la muerte de tu ser querido haciendo un banquete. Y es que no hay nada más humano que el placer de disfrutar de una comida rica y sabrosa. Y pobre de aquél que no disfrute comiendo (que los hay, ¡y además qué envidia de estar delgadito! ¡Y qué pena que no sepan disfrutar de comer!).
Yo, por lo pronto, seguiré con mis costumbres, porque no hay nada que me dé mayor felicidad que estar en compañía de familia y amigos, y disfrutar de unos platos juntos. Y para lo otro... pues haré un poquito de ejercicio y listo.



martes, 25 de agosto de 2015

Festas do Povo de Campo Maior

Iba a escribir una entrada del blog normal (vamos a ver, normal normal, no, sino sobre un tema de estos así más de filosofía barata que me gustan a mí); pero resulta que este lunes eran las ferias de mi pueblo, y aprovechando que no tenía que ir a trabajar, decidí enseñarle a mi chico, y de paso ir yo, a las Festas do Povo de Campo Maior, en Portugal. La verdad que fui hace bastantes años con mis padres, y me pareció preciosa la manera en la que tienen de adornar las calles. Básicamente la fiesta consiste en esto: gran parte de las calles del pueblo se adornan por completo con flores hechas de papel imitando flores de verdad, y con mucha imaginación te hacen transportarte sensaciones muy bonitas; además, ponen muchos puestecitos de artesanías y comida en el jardín que está en el centro del pueblo, y las calles se llenan de gente mirando, sacando fotografías, comiendo y en definitiva haciendo de turistas, que para eso se va.
La verdad que es precioso. Y si no, mirad estas fotos, en las que os puedo asegurar que todo lo que véis es papel trabajado a mano:



Os aseguro que todo es papel: las flores, las lámparas, los setos, las calabazas, las farolas, las naranjas, todo lo que aparece en las fotos (obviamente las personas y el suelo no...), pero incluso esas barandillas y hasta la pared del cuartel estaba forrada en papel rosa.
Pues ahí estuvimos mis hermanas, mi cuñado, mis dos sobrinos y mi pareja durante todo un día. Recorrimos muchas calles, subiendo y bajando cuestas y escaleras empedradas, sacando fotos a todo, sacándonos fotos con lo que más nos gustaba, comiendo a la sombra en el jardín municipal y viendo los puestecillos que ponen, y comiendo un helado viendo cómo la gente iba y venía. Y riéndonos mucho. ¡Ha sido un día magnífico! Y menos mal que fuimos en un día de diario, porque ni me quiero imaginar cómo se pondrá en un fin de semana si ya por la tarde me agobiaba ver a tanta gente. Que esa es otra, no había manera de sacar una foto sin que una señora despistada o un niño se te colara entre la cámara y tu objetivo.

Pero repito: era todo precioso. Recomendable no perdérselo y verlo al menos una vez. Y más teniendo en cuenta que esta fiesta se celebra aproximadamente cada 4 años, por lo que hay que aprovechar cuando se celebra y dejar el resto de planes al margen.
Sólo algunos inconvenientes, a saber:
- Que se llena hasta los topes de gente. Si bien escogimos un lunes, que es un día tranquilito, los fines de semana se pone imposible. Incluso ayer era difícil sacar una foto sin que se te colara gente al medio.
- El hecho de que para conseguir un plano tuvieras que recorrer medio pueblo porque se habían agotado en las taquillas de entrada al pueblo.
- Que desde que llegamos a las 12 de la mañana hasta que nos fuimos, no había calle que no tuviera unos altavoces donde no paraba de sonar música "popular", que no es otra que un acordeón contínuamente sonando y unas señoras o señores cantando desafinando horrorosamente intentando cantar algo. Que sí, que la primera hora es pintoresco y festivo, pero después duelen los oídos y sólo quieres un poco de silencio para descansar. Como ejemplo, la música que adjunto más abajo. Si os la ponéis durante 6 horas sin parar, sabréis cómo nos sentíamos a media tarde y por qué acabas deseando salir del pueblo.
Pero repito, salvo estos inconvenientes, el resto es una maravilla.

Y ahora, disfrutad de esta otra maravilla:


viernes, 21 de agosto de 2015

Adivina adivinanza

Supongo que es una costumbre muy humana esa de intentar predecir el futuro. Si no, no se entendería que hubiera tanto vidente ni tanto estafador por el mundo. Al ser humano no le gusta la inseguridad, trata por todos los medios de tener una estabilidad y una certeza de que todo va a quedar como está o va a ir a mejor. Y por eso, siempre nos intriga el futuro, el saber lo que va a pasar, el ir más allá.
Y supongo también que dentro de ese "querer saber" está el tratar de adivinar en qué piensan los demás para evitar sorpresas y predecir el "futuro". Y de ahí vendrá el que por el mundo haya tanto adivino de pensamientos ajenos.
Todo esto no sería malo si simplemente se quedara ahí, en, para uno mismo, tratar de predecir lo que van a hacer los demás, o simplemente qué es lo que piensan. Pero claro, como la gente es muy atrevida, muchas veces esos pensamientos adivinatorios bajan del cerebro como los lixiviados, y predicciones de mierda, acaban llegando hasta la boca, y cuando hay suficiente lixiviado y acumulación de predicciones, baja del cerebro un poco de desvergüenza y otro poco de impertinencia, y acaba saliendo por la boca: "tú piensas tal". Y hala, se quedan tan anchos y tan frescos. Y mira, si aciertan, pues al menos puedes decir que es verdad y generar complicidad. Pero si no aciertan, ya tienes que estar dando explicaciones innecesarias y negar una acusación que rompe aquello de la presunción de inocencia, o al menos así es como me hacen sentir estas cosas.
Y si la desvergüenza se mezcla con un poco de impertinencia, se pueden producir situaciones como las que alguna vez he tenido que vivir: la de personas que intentan convencerme de que lo que yo en realidad pienso es lo que ellas me están diciendo y no lo que yo creo que estoy pensando. En fin, un lío tremendo. Y tú ahí diciendo "no, si yo lo que pienso es esto", y la otra persona diciendo "eso es porque no lo tienes claro, pero tú lo que tienes en mente es tal", y así se puede extender una retahíla absurda que no lleva a ninguna parte (en parte, porque discutir con alguien que tiene el cerebro hueco, o peor, corrupto, es imposible).
A todas esas personas: no sois ni Rappeles ni Aramises Fuster. ¡Dejad de adivinar! ¡Disfrutad de la vida y de la intriga de la incertidumbre! ¡Vivid vuestras vidas!




miércoles, 19 de agosto de 2015

¿Afeitarse?

La verdad que en los dos últimos días me he quedado dormido y he llegado tarde al trabajo, con todo lo que ello implica. No sólo no he podido hacer mi ratito de ejercicio antes de desayunar, ni siquiera desayunar en casa... sino que también he ido a la oficina sin afeitar. Y siendo hoy miércoles, no lo he hecho desde el pasado sábado, así que ya voy teniendo un careto que cada vez es más de mendigo y menos propio para trabajar en una oficina. Que sí, que vale, que en las oficinas también hay gente con barba, bigote, perilla, patillas, o lo que quieran, pero al menos se las arreglan. Lo mío es un estado salvaje (del caribe) que no es para nada elegante.
Y estando hoy así, teniendo que rascarme la barba de la papada porque ya va picando... me acuerdo de que hace años mi padre me echaba la bronca si un día aparecía sin afeitar, porque decía que los hombres tienen que afeitarse a diario, porque si no, van hechos unos guarros. Y al parecer no sólo era mi padre. Un amigo me dijo exactamente lo mismo del suyo, y ni se conocen ni viven cerca. Así que parece ser que es una cuestión... no sé si de una época en la que les educaban así, o más bien de gustos personales. El caso es que últimamente me pasa mucho, que cada vez me abandono más y dejo de ir hecho un pincel y menos arreglado, y a mi amigo igual, y cada vez veo a más hombres así. Supongo que los gustos cambian.
Y en fin, moraleja no tiene esta historia, simplemente es un pensamiento fugaz que como vino se fue.
Por cierto, esta noche sin falta me paso la maquinilla, no sea que mañana vuelva a quedarme dormido (que viendo el ritmo de verano que llevo es lo más probable).



martes, 18 de agosto de 2015

Las ferias de los pueblos

Siempre han estado ahí y parece que van a seguir estando durante mucho tiempo. Aquellos que somos de pueblo (dicho así con todas las letras y con orgullo), hemos vivido las ferias de nuestro pueblo desde que éramos pequeños. Y no, no tienen nada que ver con las ferias de ciudades grandes, donde, sinceramente y con perdón, no se entiende lo que es una feria en condiciones. Cuando nuestros padres nos llevaban a los cacharritos, y nos montábamos en los caballitos, los trenecitos con formas de lo más variopinto, los coches de choque; entonces no se llevaba aquello de los castillos hinchables, que parece ser hoy lo más socorrido. Luego pasarse por los puestos donde vendían turrón (¿de verdad es buena idea comer turrón en pleno verano?), fruta escarchada (ídem), y un juego de escopeta de plástico y estrella de sheriff, que nos compraban a precio de oro a regañadientes para no aguantar un ataque de gritos y lloros en medio de la multitud.
Y después, irse a comer al paseo del pueblo un heladito o una granizada. Y acercarse a la plaza del pueblo a bailar con la orquesta que tocaba la Lambada o la Sopa de caracol, o alguna de estas canciones que se ponían de moda en verano y que a los dos días uno ya aborrecía, pero que en cuanto sonaban te tirabas a la pista a hacer el tonto. Y salir por la noche arreglado como si fueras a una boda con camisa, pantalón de pinzas y mocasines. Y ver a tu madre con los labios pintados y pensar que por qué no se pintaba todos los días con lo guapa que estaba. Y luego volver a casa sin sueño "porque es tarde" y desde tu cama seguir escuchando la música de la verbena y del Canguro, y pensar que cuando seas mayor vas a estar hasta las 8 de la mañana y vas a ver la vaquilla, y saber que la música de la verbena terminó a las 4:10 y que tu hermana volvió a casa a las 7 y se fue directa al frigorífico antes de irse a acostar.
Y así más o menos eran las ferias de mi pueblo, y de la mayoría de los pueblos, y de las que hemos vivido la gente de mi edad, de mayor y de menor edad, y que con algunos cambios seguirán viviendo nuevas generaciones de niños en todos los pueblos. Y que siempre seguiremos recordando con cariño y diciendo: ya la feria no es como antes. Y a menos que vuestros abuelos sean de pueblo, los de ciudad no habrán disfrutado de esta experiencia única, personal e intransferible.



martes, 11 de agosto de 2015

Visita a Lisboa

He dejado un poco abandonado este blog porque en la última semana tomé unas pequeñas vacaciones, y he desconectado de todo, incluso de escribir. Pero como no mal que cien años dure (y en contraposición, tampoco vacaciones que no se acaben), he vuelto. Sin energías renovadas, pero he vuelto.
Y digo sin energías porque la semana pasada he hecho un viaje que tendría que haber sido relax, pero al final se ha convertido en un viaje donde he vuelto cansado pero satisfecho. Lisboa es una ciudad donde hay tanto por ver, tanto por hacer, que es imposible estar tumbado en la cama de la habitación mirando la tele. Es mágica. Bulle de actividad y de vida. Una vida tranquila y relajada, eso sí. Es un gusto, y así lo aproveché, el pasear por las calles de Baixa y por la Praça do Comércio, probar los Pastéis de Bacalhau que venden en la Rua Augusta 106, y sentarse a la orilla del río a contemplar la puesta del sol, donde siempre hay unas vistas espectaculares y se respira un Portugal puro y auténtico.
En este viaje, la comida ha sido uno de los mayores placeres que he tenido, con una gastronomía rica si consigues salir de la ruta turística y de las calles más concurridas por extranjeros. La gastronomía de Portugal es variada y toma sabores del mar y de la tierra en una combinación perfecta, que hay que aprovechar. Si no te gusta el pescado, sin duda aquí es necesario probarlo, ya que está presente en muchos platos, especialmente en los más ricos. El mejor que he probado: Madeira Pura, en la Rua Terreiro do Trigo 72; y si pilláis un día de buena temperatura, la Frangasqueria Nacional, en la Rua da Imprensa Nacional 117.
Lo mejor es ir sin coche (que ha sido mi auténtica pesadilla y motivo de cansancio en este viaje), pues el tráfico de Lisboa y el aparcamiento se convierten en un estrés cada vez que tienes que hacer uso de él (o incluso sin usarlo por la limitación absurda de 4 horas de aparcamiento en la calle, que te impide alejarte con alegría del coche). Lo mejor es ir sin coche o aparcarlo en las afueras, y hacer uso de la extensa red de transportes públicos que te llevan a cualquier parte de Lisboa. Incluso acercarse a Sintra, otra joya de Portugal con sus palacios imposibles, merece la pena hacerlo en tren.
Y no sólo hay que recorrer sus calles y cuestas, que es donde está el encanto de esta ciudad, sino también en los palacios y museos que posee, y en la rica cultura que ha ido acumulando en los siglos de historia que han ido dejando huella. Ya son varios viajes que he hecho, y sin duda volveré mientras pueda.





Y como no puedo acabar sin poner música, aquí una canción dedicada a Lisboa: