martes, 11 de agosto de 2015

Visita a Lisboa

He dejado un poco abandonado este blog porque en la última semana tomé unas pequeñas vacaciones, y he desconectado de todo, incluso de escribir. Pero como no mal que cien años dure (y en contraposición, tampoco vacaciones que no se acaben), he vuelto. Sin energías renovadas, pero he vuelto.
Y digo sin energías porque la semana pasada he hecho un viaje que tendría que haber sido relax, pero al final se ha convertido en un viaje donde he vuelto cansado pero satisfecho. Lisboa es una ciudad donde hay tanto por ver, tanto por hacer, que es imposible estar tumbado en la cama de la habitación mirando la tele. Es mágica. Bulle de actividad y de vida. Una vida tranquila y relajada, eso sí. Es un gusto, y así lo aproveché, el pasear por las calles de Baixa y por la Praça do Comércio, probar los Pastéis de Bacalhau que venden en la Rua Augusta 106, y sentarse a la orilla del río a contemplar la puesta del sol, donde siempre hay unas vistas espectaculares y se respira un Portugal puro y auténtico.
En este viaje, la comida ha sido uno de los mayores placeres que he tenido, con una gastronomía rica si consigues salir de la ruta turística y de las calles más concurridas por extranjeros. La gastronomía de Portugal es variada y toma sabores del mar y de la tierra en una combinación perfecta, que hay que aprovechar. Si no te gusta el pescado, sin duda aquí es necesario probarlo, ya que está presente en muchos platos, especialmente en los más ricos. El mejor que he probado: Madeira Pura, en la Rua Terreiro do Trigo 72; y si pilláis un día de buena temperatura, la Frangasqueria Nacional, en la Rua da Imprensa Nacional 117.
Lo mejor es ir sin coche (que ha sido mi auténtica pesadilla y motivo de cansancio en este viaje), pues el tráfico de Lisboa y el aparcamiento se convierten en un estrés cada vez que tienes que hacer uso de él (o incluso sin usarlo por la limitación absurda de 4 horas de aparcamiento en la calle, que te impide alejarte con alegría del coche). Lo mejor es ir sin coche o aparcarlo en las afueras, y hacer uso de la extensa red de transportes públicos que te llevan a cualquier parte de Lisboa. Incluso acercarse a Sintra, otra joya de Portugal con sus palacios imposibles, merece la pena hacerlo en tren.
Y no sólo hay que recorrer sus calles y cuestas, que es donde está el encanto de esta ciudad, sino también en los palacios y museos que posee, y en la rica cultura que ha ido acumulando en los siglos de historia que han ido dejando huella. Ya son varios viajes que he hecho, y sin duda volveré mientras pueda.





Y como no puedo acabar sin poner música, aquí una canción dedicada a Lisboa:


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