jueves, 19 de enero de 2017

Y me llamarán mentiroso

Pues hoy no iba a haber entrada en el blog, pero me ha pasado una situación que aún me tiene perplejo:
Quince minutos atendiendo a una persona al teléfono, explicándole sucesivas dudas con respecto al funcionamiento de las ofertas de empleo (aclaro, soy técnico en una oficina de empleo), y finalmente me protesta de forma muy airada que por qué la llamamos tanto a trabajar, que no lo entiende; que es que no puede ser que haya salido hace poco de trabajar y ya la estemos llamando de nuevo para trabajar en el ayuntamiento, y que así no hay manera de que junte el año de antigüedad en el paro para poder cobrar una renta de inserción.
Y claro, yo intentando razonar que el problema sería que NO la llamásemos, que no entiendo por qué es un problema que le ofrezcamos un puesto de trabajo, y ella erre que erre en que estábamos haciendo algo mal, porque eso no era normal, que no podía ser, y que qué podía hacer para no salir en ofertas de empleo y cobrar tranquilamente su paro.
En este punto, decir que no es la primera vez que me pasa. De hecho, es bastante habitual que nos planteen cada mes un par de personas la cuestión de que no quieren ir a trabajar. De hecho, en mi oficina —que es bastante pequeña— tenemos unas 15-20 sanciones al año de personas que no se presentan a una oferta de empleo o la rechazan directamente (en ocasiones incluso perdiendo de uno a tres meses de prestación o subsidio). Pero lo que me ha dejado perplejo esta vez ha sido el desparpajo y el enfado que tenía la señora por tener un empleo. Aún estoy alucinando.

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