lunes, 23 de enero de 2017

Dos por uno

Dándole vueltas este fin de semana a la toma de posesión de Donald Trump, uno empieza a reflexionar sobre lo que echará de menos. Realmente no puedo decir que haya nada destacable que echaré de menos del presidente de los Estados Unidos, puesto que a pesar del mundo globalizado la mayoría de las decisiones que tome nos quedan muy lejanas y apenas nos llegan ecos. Salvo su discreción y la falta de escándalos, claro. Y eso me lleva a pensar que quizá lo que más eche de menos sea a su mujer, Michelle.
Y no por el hecho de admiración de mujer florero como en otras ocasiones ha podido ser, sino por ver cómo de carismática puede ser una «primera dama», no sólo en sus discursos comprometidos con las causas sociales, sino por el ejemplo que supone en su lucha por los más jóvenes (supongo que principalmente por lo ejemplarizante que me ha parecido intentando fomentar la alimentación saludable y el ejercicio en jóvenes), sus divertidas apariciones en programas de televisión y en todo tipo de retos virales (mannequin challenge, selfies, gags con youtubers, y un largo etcétera), su elegancia que hace sombra a la misma Jackie Kennedy, y sobre todo, lo que supone asumir un cargo de segunda de a bordo no electa, con sus responsabilidades y sus limitaciones, siempre objetivo de críticas y atada a un viejo papel de adorno de un hombre. Supongo que en un mundo justo, quizá fuera ella la presidenta del gobierno y él el primer caballero. Aunque en este caso parece que ambos han hecho méritos suficientes para ocupar el cargo principal del país (y sí, a pesar de que no creo que el premio Nobel sea merecido ni justo). Echaremos de menos esa normalidad extraordinaria.


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