Pasa muchas veces que tendemos a no valorar determinadas cosas que si lo pensáramos fríamente serían las que más valor tendrían. Eso pasa por ejemplo con la familia, los amigos, la salud, el bienestar en general, disfrutar del sol, de una brisa ligera en el rostro, de la paz, de la seguridad. Hay muchas cosas que damos por seguras porque siempre las tenemos ahí. Son esas cosas que no parecen tener un hueco en el día a día, no nos preocupan, porque damos por hecho que van a continuar en el tiempo. Y sólo somos conscientes de ellas en el momento en que las perdemos.
Es en ese instante cuando de repente acuden mil sensaciones a nuestra mente, y pensamos en todo lo que podíamos haber disfrutado de ellas y no lo hemos hecho. Esos paseos con temperatura primaveral que no hemos dado porque nos apetecía más estar sentados viendo la tele. Esos ratos de charla con los padres porque preferíamos encerrarnos a jugar al ordenador. Esas tardes con amigos que hemos pospuesto por qué se yo. Y sólo cuando pensamos lo que no hemos hecho, le damos el valor real que tienen. Y ponemos en una balanza todo lo que nos ocupa el tiempo, y nos damos cuenta de lo tonto que fuimos por dedicarlos a cosas inútiles. Muchas veces hemos echado el rato muerto leyendo Twitter, viendo vídeos de Facebook, viendo un programa de la tele que no nos interesa, buscando información de esa cosa que jamás vamos a llevar a cabo, y mil prioridades que no tendrían prioridad alguna si observáramos el todo y no la parte.
Esas cosas que no apreciamos, intangibles pero que siempre están con nosotros, esas son las que más valen.
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