Una de cal y otra de arena, como la vida misma. Hoy paso de hablar de política, más que nada porque no ha pasado nada de interés a comentar, más que la misma sarta de tonterías políticas de días atrás. Esto no va a tener más interés hasta que comience el debate del estado de Pedro Sánchez. Espero que al menos hagan una lucha de paquetes, a ver quién la tiene más grande. Para muestra, un botón. O más bien un botonaco:
Pero como no todo en esta vida son anécdotas ni paquetes presidenciables, voy a medio cambiar de tema, y prefiero a hablar de los paquetes que nos tocan todos los días en la vida. Me refiero a esos paquetes de personas que sólo hacen que entorpecerte y no parecen hacer nada bien. Estos son menos abundantes que los gilipollas integrales, pero si bien todos tenemos nuestra cuota de gilipollas, no todos, pero sí la mayoría de las personas, tienen también su cuota de paquetes en la vida. ¿Quién no tiene un jefe o un compañero de trabajo que no vale para nada y tiene que estar pidiendo ayuda siempre? ¿O un amigo al que no se le da bien nada? Y ojo, que también hay paquetes parciales. Hay gente que son muy buenos profesionales, pero un paquete en relaciones sentimentales. O justo al contrario. Pero cuidado, no hay que confundir a los paquetes con los gafes, porque se corre el riesgo de, por sus malos resultados, pensar que los gafes son unos paquetes, y para nada. La diferencia estriba en que los gafes no son inútiles, de hecho muchas veces son bastante habilidosos. Los gafes simplemente suelen meter la pata, o se despistan y fastidian el trabajo hecho. Los paquetes, por definición, no saben hacer nada, son torpes, y como tales, ni siquiera son capaces de arrancar la tarea emprendida sin estropearlo, o sin empezar mal y haciendo las cosas del modo más difícil y contrario al objetivo marcado, no saben organizarse ni seguir un orden lógico de elementos, y suelen fijarse en cosas nimias y darle importancia, y a lo importante no le prestan atención, invirtiendo el orden de la lógica.
El caso es que yo también tengo mi cuota de paquetes, obviamente, si no, no escribiría esto. Y como todo, hay paquetes que los ves de lejos, como detrás de un cristal, como aquel que es observado en una pecera, y paquetes pegajosos que te pringan bien, y de los que es difícil desprenderte y limpiar toda la mierda que van soltando. Y ¡ojo! ¡¡Un paquete bien situado es casi tan peligroso como un gilipollas!!
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