Y después, irse a comer al paseo del pueblo un heladito o una granizada. Y acercarse a la plaza del pueblo a bailar con la orquesta que tocaba la Lambada o la Sopa de caracol, o alguna de estas canciones que se ponían de moda en verano y que a los dos días uno ya aborrecía, pero que en cuanto sonaban te tirabas a la pista a hacer el tonto. Y salir por la noche arreglado como si fueras a una boda con camisa, pantalón de pinzas y mocasines. Y ver a tu madre con los labios pintados y pensar que por qué no se pintaba todos los días con lo guapa que estaba. Y luego volver a casa sin sueño "porque es tarde" y desde tu cama seguir escuchando la música de la verbena y del Canguro, y pensar que cuando seas mayor vas a estar hasta las 8 de la mañana y vas a ver la vaquilla, y saber que la música de la verbena terminó a las 4:10 y que tu hermana volvió a casa a las 7 y se fue directa al frigorífico antes de irse a acostar.
Y así más o menos eran las ferias de mi pueblo, y de la mayoría de los pueblos, y de las que hemos vivido la gente de mi edad, de mayor y de menor edad, y que con algunos cambios seguirán viviendo nuevas generaciones de niños en todos los pueblos. Y que siempre seguiremos recordando con cariño y diciendo: ya la feria no es como antes. Y a menos que vuestros abuelos sean de pueblo, los de ciudad no habrán disfrutado de esta experiencia única, personal e intransferible.
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